El día aquél

Creí que no volvería jamás sobre mis pasos, que nunca más pasaría por esas calles tan estáticas, tan ajenas, tan mías, tan llenas de recuerdos que al volver a recorrerlas siento que me miran como si fueran conscientes de todo lo que pasa sobre ellas. “Nunca más”, no puedo evitar recordar el cuervo del poema de Poe cada vez que repito esas dos palabras, nunca más; sí, creí que nunca más pasaría por esas moles de concreto cargadas de recuerdos.

Al hacerlo, al recorrer estos callejones lentamente, siento cómo vuelven a mí todos los recuerdos que hoy hacen parte de mi pasado. Por supuesto, también recuerdo El día aquél, ese día que durante mucho tiempo intenté infructuosamente olvidar, y que es el verdadero motivo por el cual he vuelto nuevamente a estas calles estrechas y mustias.

Jueves…sí, definitivamente hoy es jueves, como El día aquél. Y como El día aquél, la capital está cubierta con su permanente manta de nubes grises cargadas de agua, que se yerguen amenazantes sobre la ciudad. Son las 11:00 AM, y el cielo nublado refleja una realidad distinta, la poca luz que logra atravesar las nubes grises es tan tenue que parece que fuera el final de la tarde, las viejas edificaciones del centro de la ciudad, aunque sin sombra por la escasa iluminación, adquieren un color más intenso.

Mientras camino parsimoniosamente por el callejón estrecho y oscuro rodeado de edificios coloniales, tengo la sensación de estar viviendo algo ya vivido, estoy experimentando eso que los franceses llaman un “déjà vu”. A diferencia de un déjà vu normal, en esta ocasión sé perfectamente cuándo ocurrió esto que creo estar viviendo nuevamente. Fue El día aquél, sólo que en aquella ocasión venía caminando del lado contrario. De repente siento que el frío decembrino se incrusta en mis manos, cierro mis dos puños dentro de los bolsillos del abrigo negro de siempre, e instintivamente subo la mirada y me veo venir.

Sí, soy yo, sólo que unos años más joven, soy el mismo que el del El día aquél. Al mirarnos, yo el de ahora, y yo el de antes, quedamos petrificados sin saber qué estaba pasando, me mira mientras me saco las manos del bolsillo del abrigo, y veo cómo sus facciones, mis facciones, cambian. El día aquél es hoy, sólo que en aquella ocasión yo era el impávido y el otro yo, el del futuro si cabe esta descripción, era quien actuaba con naturalidad.

Como aquella vez, yo y mi otro yo seguimos caminando hasta que nos hallamos uno frente al otro sin decirnos nada escrutándonos en silencio, nos reconocemos mutuamente, el destino nuevamente se mofa de mí, de nosotros. Como El día aquél, yo tomo la palabra y me digo a mí, al más joven, que no tiene de qué preocuparse, que esto ya había pasado antes y seguramente volvería a pasar, era como despertar de un sueño en el que soñaba que estaba despertando de un sueño en el que soñaba que estaba despertando de un sueño, y así sucesivamente.

Como me sucedió a mí, yo, el de ahora, comencé a explicarle al de antes qué estaba pasando, le repito que no hay de qué preocuparse, y que ya puede dejar de tener las dudas que sé que tiene sobre su futuro, le digo cuál es el camino que debe escoger y qué cosas debe evitar, decido darle todas las herramientas para ser feliz. La conversación duró alrededor de una hora, eran las 12:15 PM y el manto de nubes había mermado un poco, los rayos del sol desesperados tratan de filtrarse por las nubes ahora mermadas. Termino la conversación con una palmada en la espalda que fue mía hace unos años y sigo caminando contento, con la satisfacción del deber cumplido. Sigo caminando y de repente recuerdo cómo me había sentido yo El día aquél, la confusión, la soledad, el sentimiento de saber que todo hace parte de un libreto prefabricado. Cuando quise volver a decirme a mí mismo, al yo de antes, que olvidara lo dicho y que viviera como quisiese su vida mi vida, ya era muy tarde, El día aquél había terminado, y me hallé viviendo nuevamente el día de hoy.

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