La Felicidad Paralela

Nunca había sido capaz de hablar de su felicidad con nadie en sus cuarenta y dos años de vida, y no esperaba comenzar a hacerlo ahora. Si bien era propensa a compartir su vida con las amigas y amigos que consideraba cercanos, sus confidencias nunca giraron alrededor de temas relacionados con las dudas o decisiones que tuvieran que ver con su felicidad.

Para ella, sus confidencias en relación con la felicidad se reducían a dudas, qué más sino eso, dudas.

Desde su niñez había tenido una idea bastante bien formada respecto de que su finalidad en la vida era ser feliz; sin embargo, a medida que crecía, el concepto de felicidad iba tomando distintos matices y dimensiones, al igual que las dudas alrededor del mismo. Así, mientras en su adolescencia su felicidad y las confidencias alrededor de ésta giraban en torno a situaciones menos trascendentales como por ejemplo su relación con el novio de turno, en su vida adulta las inquietudes en relación con su felicidad tenían que ver con qué tipo de persona quería ser el resto de su vida.

Cuando decidía compartir alguna confidencia con sus amigos era porque tenía una opinión previamente formada y la decisión ya tomada. En relación con ese tipo de confidencias, sus amigos cumplían la función de termómetro de las consecuencias que tal o cual decisión traería consigo. Se había convertido ella misma en juez y parte para este tipo de confidencias, pero jamás le tembló la mano para condenarse cuando se hallaba culpable.


La Madre

Una vez se escoge el rumbo que se desea, lo que sigue a continuación son un conjunto de decisiones sistemáticas en aras de conseguirlo. No podía recordar exactamente cuándo tomó la decisión sobre el rumbo de su felicidad, pero allí estaba viviendo lo que soñó.

Y se preguntó nuevamente, ¿soy feliz? Tengo un hogar, tengo un esposo, amo a mis hijos, pero ¿soy feliz? No se atrevía a preguntárselo tan decididamente pues no quería sentir desagradecimiento con la vida, ya realmente había obtenido todo lo que había soñado. Sin embargo, la rigurosidad propia le exigía preguntárselo. ¿Esto es la felicidad? ¿Acaso ya la encontré? Se sentía al interior de una paradoja, ¿Estaré atrapada en mi felicidad y condenada a ella?

En ese momento le volvieron las dudas que había tenido durante la época en la que decidió el rumbo que tomaría su vida en aras de su felicidad, y que nunca compartió con sus amigos. Se recordaba más inteligente de lo que se había recordado siempre, con más iniciativa, más diligente, se recordaba mejor de lo que se sentía. Se consideraba capaz de cualquier cosa que se propusiera. Se visionó siendo la física química exitosa que quiso ser algún día, y que cedió su paso a la madre que hoy era. También exitosa, pero no era suficiente. Quería más.


La Profesional  

Lo había logrado. Era la profesional que siempre había soñado y por lo cual había sacrificado cosas que tenía y otras que nunca llegaría a tener. Sin embargo, esa fue la decisión que tomó, la felicidad que buscó y encontró.

¿Era feliz?

Su felicidad se ha convertido en su desdicha, pues no reemplazaba la voz que en ocasiones la visitaba y le recordaba que había otro camino. ¿Qué había en aquel camino? ¿Habría encontrado allí una fuente capaz de quitarle la sed de la duda que hoy la estaba ahogando? Jamás lo sabría, o ¿tal vez sí? Podría renunciar a su felicidad.

Pese a ser un científico, los rezagos de la crianza católica cobraban sus réditos. Cada vez que pensaba en el otro camino, se sentía despreciando su felicidad actual, y la atacaba el sentimiento de culpa tan católico tan católico.

¿Sería buena madre? ¿Sería buena esposa? Manejaría su casa con el mismo rigor el que maneja su carrera, y la haría igual de feliz. Sería feliz… ¿Más de lo que era ahora?

Había comprobado su capacidad desde el punto de vista académico y profesional, pero ¿qué tal madre sería? Estaba segura que para ser madre no requiere la misma inteligencia que se necesita para estudiar física, se necesita otro tipo de inteligencia, una menos obvia. Tendría ella la inteligencia que las madres necesitan. Quería creer que sí. Quería más.


La duda siguió sonando cada vez más duro y con más eco dentro de su cabeza, y sin poder confiarla a sus amigos. Ya estaba muy vieja para eso.

Pensaba que la física algún día comprobaría la existencia de otra dimensión en la que existamos, y estaremos nosotros viviendo nuestra vida, pero caminando el camino que alguna vez desechamos… El otro camino.

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