En la segunda mitad del sigo XIX, las ciudades puerto de la Costa Atlántica: Cartagena, Santa Marta y un poco mas tarde Barranquilla, iniciaron una carrera decidida por alcanzar la rápida corriente del Río Magdalena, sobre la cual cabalgaba la esperanza de estas ciudades de posicionarse como el principal centro de negocios de Colombia, Estados Unidos de Colombia para la época. Ante la ausencia de carreteras, el asfalto líquido del Río Magdalena ofrecía las condiciones propicias para transportar por vía fluvial los insumos necesarios para apalancar el crecimiento de las ciudades del centro del país, los cuales eran importados a través de los puertos del Caribe.
Los habitantes de dichas ciudades veían pender la competitividad de sus urbes en efervescencia, en la concreción del romance entre el Mar Caribe y el Río Magdalena. Mientras Cartagena buscaba esta unión mediante un camino por Malambo y tiempo después por el Canal del Dique, Santa Marta serpenteaba la Ciénaga Grande y los caños de Salamanca a través de transporte por barcazas y canoas.
Para entonces, el mundo veía en el transporte ferroviario la alternativa más rápida eficiente y segura para la interconexión de dos puntos separados por la distancia. En la carrera de las ciudades puerto de la Costa Atlántica para alcanzar el Río Magdalena, la ventaja la tomó Barranquilla iniciando en el año 1869 la construcción de una conexión ferroviaria entre Barranquilla y Puerto Colombia.
El antecedente anterior exacerbó los ánimos de un grupo de comerciantes samarios asentados en Bogotá, autodenominados “Sociedad Patriótica del Magdalena”, quienes en el año 1872 emprendieron la empresa de conectar la ciudad de Santa Marta con el Río Magdalena a través de una nueva línea ferroviaria. Los esfuerzos coordinados de los samarios lograron motivar al Congreso de los Estados Unidos de Colombia para que en el año 1876 expidiera una ley que garantizaba recursos por cinco años para la construcción del Ferrocarril de Santa Marta.
El reto apenas comenzaba y Santa Marta estaba decidida a servir de celestina a los amores contrariados entre el Mar y el Río.
A pesar del ímpetu con el que se emprendió la empresa de asegurar la unión entre el Mar Caribe y el Río Magdalena vía la ciudad de Santa Marta, el objetivo solo fue conseguido más de 50 años mas tarde, luego de superar importantes adversidades que llevaron a múltiples cambios de propiedad de las empresas a cargo de la construcción y operación del ferrocarril en el departamento del Magdalena. Tarde se logró el objetivo, por supuesto. Para entonces, Santa Marta había perdido la posibilidad de conservar su posición como el puerto más importante de la Costa Atlántica, y las ciudades puerto de Cartagena y Barranquilla le habían tomado ventaja en términos de posicionamiento y competitividad.
Pese al tiempo que llevó concretar la conexión definitiva con el Río Magdalena, el tramo de línea férrea contribuyó a la consolidación de la industria bananera, la cual transportaba por vía ferroviaria la fruta desde las plantaciones de banano que se extendían en la llanura de la Zona Bananera hasta lo que es hoy el Puerto de Santa Marta. El transporte ferroviario contribuyó al crecimiento de la región y a la generación de empleo. Para hacernos una idea, en 1921 se transportaron por los tramos disponibles 6.188.782 racimos de banano, 357.404 pasajeros y 53.892 toneladas de otros productos. La empresa encargada del transporte ferroviario (la Santa Marta Railway Company) empleó a 998 trabajadores.
Consecuente con el deseo de proyectar a Colombia como un país de avanzada, durante la primera mitad del siglo XX el Estado colombiano continuó destinando importantes recursos para la construcción de ferrocarriles a lo largo de su geografía; de hecho, gran parte de los recursos recibidos por Colombia por la indemnización pagada por los Estados Unidos de América por Panamá (65%), fueron destinados para la construcción de infraestructura ferroviaria. Sin embargo, durante la segunda mitad del siglo XX se malograron todos los esfuerzos que por más de un siglo se hicieron para que el país contara con un eficiente y adecuado transporte ferroviario.
El sueño samario de aquel grupo de emprendedores que a finales del siglo XIX soñaron con asegurar el amorío entre el Mar Caribe y el Río Magdelena a través de un lazo ferroviario se había frustrado poco después de haberse consumado.
La decadencia del transporte ferroviario en Colombia fue paralela con la decadencia del transporte fluvial por el Río Magdalena. La inmensa y constante autopista fluvial sobre la cual se había apoyado el desarrollo de nuestro país había quedado inutilizada, al igual que el otrora novedoso ferrocarril que se había proyectado como símbolo de progreso y modernidad. El enfoque estatal en la construcción de carreteras como nuevo medio de transporte mandó a la banca hasta nueva orden al transporte fluvial y ferroviario. Las ciudades puerto no se enfocaban ya en contar con ferrovías que las conectaran con el Río y de éste a las ciudades del centro del país, sino en la construcción de rígidos pavimentos y dovelas que soportaran el trajín de los camiones que se dirigían directo a los distintos centros de acopio. Tristemente el país le había apostado al unimodalismo.
Hoy, casi dos siglos después, los samarios seguimos soñando con el romance aquel entre el Mar Caribe y el Río Magdalena, y ha nacido una iniciativa que le debe su contundencia a la simpleza de la misma: reactivar el transporte ferroviario.
El anhelo de la reactivación del transporte ferroviario se une a la iniciativa de devolver al Río Magdalena su navegabilidad; sin embargo, a diferencia de la segunda, para el cual el Gobierno ha apropiado recursos por más de 2 billones de pesos, para la reactivación del transporte ferroviario el esfuerzo ha provenido del sector privado quien ve en la multimodalidad la clave esencial de la competitividad del país.
Esta nueva fase por la búsqueda de interconexión ferroviario se presenta como un reto importante; mucho más importante incluso que el reto que se trazaron y lograron aquellos soñadores samarios siglo y medio atrás. Esta vez el reto no se agota con el encuentro con el esquivo Río Magdalena; esta vez, el sueño de los samarios y del resto de colombianos que creemos en la multimodalidad del transporte es llevar el encanto del Mar Caribe a todo nuestro país ávido de progreso, paz y equidad.