El hecho de ser una hormiga no debe impedirme escribir lo que siento, lo que pienso.
Si antes me sentía minúscula en un mundo de gigantes, ahora me siento realmente pequeña, fugaz, casi inexistente… pero feliz.
Las hormigas somos muchas cosas a la vez. Somos buenas compañeras, comprometidas y trabajadoras sin importar el género. En este mundo cuasi subterráneo no tenemos las prevenciones del mundo de la superficie, del mundo superficial. También somos familiares, valoramos el trabajo en grupo y nos sentimos cómodas con las reglas que hemos, o que nos han sido implantadas genéticamente (es raro utilizar el verbo im-plantar cuando eres una hormiga. Disculpen, es un chiste interno).
Como les decía, las hormigas somos muchas cosas. No somos de todo, por supuesto; también NO somos muchas otras cosas más. Yo pertenezco a una especie de hormiga considerada por los especialistas en catalogar, como de estructura permanente. Para ponerlo en lenguaje superficial (otro chiste interno), no soy del tipo de especie de hormigas consideradas nómadas. Nosotras, una vez encontramos un espacio acorde con nuestras necesidades, establecemos allí nuestra colonia, nuestro hormiguero. Vale anotar que a pesar de pasar gran parte del tiempo en la superficie, realmente vivimos debajo de ella; no podríamos catalogarnos como superficiales, por lo menos no todo el tiempo (…).
Esta predisposición genética que acompaña a las hormigas de mi género, nos hace NO ser, entre otras cosas, curiosas. Curiosas por saber qué hay más allá de nuestras antenas. Cuando salimos de nuestro hormiguero, lo hacemos con un fin específico. Salimos para buscar comida, para buscar herramientas con las cuales podamos mejorar las condiciones de nuestras no superficiales vidas, o bien cuando necesitamos defendernos de alguna amenaza. No nos dejamos matar por la simple curiosidad, que alguna vez mató a un gato; es algo que sencillamente no está en nuestro áspero ADN. Sin ella, sin la curiosidad, hemos vivido y sin ella moriremos. Al fin y al cabo no la necesitamos para ser felices. Acá en la colonia tenemos todo lo que podríamos llegar a querer. Y algo que no queremos, es ser curiosos. Al menos eso creía yo.
Saber que hemos nacido, viviremos y habremos de morir en un mismo lugar nos vuelve en ocasiones un poco soberbias. Esa soberbia se explica por el hecho de saberlo todo. O creer saberlo todo. Me explico… hormigas como yo sabemos de dónde vinimos, dónde estamos y también sabemos para dónde vamos; así sepamos de antemano que no vamos para lado alguno… físicamente por lo menos. Conocemos los límites de nuestra colonia, las familias que la habitan, conocemos las reglas que la gobiernan, sabemos cuándo nos establecimos en este preciso lugar, y también podemos llegar a saber hasta cuándo estaremos acá. El conocimiento está al alcance de nuestras antenas.
Antes de tomar la decisión sobre qué tipo de hormiga queremos ser, nos enseñan los diferentes tipos de oficios disponibles en la colonia. Nos enseñan la mística de las hormigas trabajadoras, la pasión y compromiso de las guerreras, la paciencia de las hormigas reinas, entre otros más oficios disponibles. En el proceso de explorar el menú de opciones de vida que se nos ofrece, nos hacen visualizarnos realizando cada uno de ellos, todos muy importantes y sin los cuales nuestra colonia no permanecería en pie. Aunque estemos debajo de la tierra.
A pesar de existir diferentes “alternativas” de vida disponibles para una hormiga, sabemos de antemano cuál será el fin de la historia, independientemente de nuestra elección. La historia se repite una y otra vez, de generación en generación. Esa certeza de saber de antemano el final de la historia, de toparse de frente con la luz al final del túnel, nos vuelve soberbias. El hecho de saber que sabemos todo, incluso nuestro futuro, nos llena todos los espacios de nuestro endeble cuerpo de soberbia.
Luego de haber deducido esto que les acabo de escribir, concluí que la humildad no existe, lo que existe es la ausencia de soberbia. Cuando sabemos que no lo sabemos todo, nos volvemos humildes; la humildad no es un sentimiento natural, es impuesto por el hecho de tomar consciencia de que otros saben lo que yo desconozco, de que existen cosas que superan mi limitado conocimiento. Cuando esto ocurre, la soberbia, tan natural de nosotros las hormigas, es asfixiada por la humildad.
Ese raciocinio, real o no para ustedes los humanos, pero bastante real para una hormiga como yo, me hizo considerar la curiosidad como un medio para huir de las garras de la soberbia. La curiosidad será el medio mediante el cual lograré tener la certeza de no saber nada, me dije; al ser consciente de mi ignorancia, la soberbia me abandonará, y habré entonces abonado el terreno para que la humildad me posea. Esa búsqueda de la humildad se tornó desde entonces en mi profesión, en mi fin, en mi razón de existir.
Sabía que la curiosidad era el medio para conseguirla. Pero cómo despertar una curiosidad tan ajena a las hormigas, y por ende a mí. Ser una hormiga trabajadora, guerrera, reproductora o de cualquier otro tipo demanda sacrificio, tiempo y compromiso. Por qué no habría de requerir sacrificio, tiempo y compromiso llegar a ser una hormiga humilde. La decisión estaba tomada. Me volvería una hormiga curiosa en busca de una humildad que me era extraña.
Tomar consciencia de la decisión que había tomado, me hizo sentir como Bilbo Bolsón, cuando resolvió emprender su aventura en búsqueda del tesoro robado por Smaug, el dragón. O como El Principito cuando decidió abandonar su pequeño planeta para visitar otros, aprovechando la migración de una bandada de pájaros silvestres. Estarán preguntándose como una hormiga como yo, que vive en un mundo cuasi subterráneo, conoce las historias de Bilbo Bolsón y El Principito, tan propias del mundo de la superficie, del mundo superficial. Pues sepan que acá abajo se escucha todo lo que se habla allá arriba, así que sólo me bastó agudizar mis antenas para escuchar la voz de un pequeño humano que solía recostarse sobre el árbol de los tallos grandes todas las tardes, mientras leía todo tipos de libros que relataban historias de humanos.
La curiosidad me llevó a salir de la colonia, la que conocía y en la que vivía. Contarles por escrito mi experiencia en la superficie, implicaría volverme una hormiga escritora, y esa no es una alternativa posible en un mundo como el mío.
Lo que sí puedo tratar de explicar es el resultado.
Allá, en la superficie, tomé consciencia sobre el hecho de que el hormiguero en el que vivo, es un hormiguero más; que nosotras, las hormigas de estructura permanente, somos unas hormigas más; que estamos en medio de un gran bosque, dentro del cual hay millones de árboles, millones de piedras, y millones de colonias de hormigas. Y aun así, este gran bosque es un bosque más. Nuestros grandes problemas, aquellos que nos atormentan el alma de hormigas, se desvanecen ante los grandes problemas de los demás, y todos, lo nuestros y los de los otros, pasan a ser un problema más. Cada segundo, nace y muere algún ser viviente, cada segundo se olvida el nombre de una gran hormiga, de un gran venado, de un gran tigre. Todos pasan a ser uno más.
Puedes hacer algo que nunca nadie haya hecho, pero debes tener la certeza que lo hecho será superado por alguien más, quien entonces habrá conseguido lo que nadie nunca había logrado, ni tú, quien para entonces probablemente estarás viviendo debajo de la superficie, no como una hormiga como yo, sino como parte de la tierra misma. Así como otros más lo han hecho, y otros muchos también lo harán.
¡Claro que cabalgué sobre el lomo de la curiosidad! Y claro que encontré la certeza que buscaba. La certeza de no saber nada. La certeza de ser aún más minúscula de lo que pensaba, en un mundo de gigantes; de ser más fugaz, casi inexistente… pero feliz.
Luego de haber encontrado la certeza que buscaba, volví al hormiguero con la humildad de no saber nada.